Ojos extraídos para no llorar; las cuencas, vacías. Pánico de que el mirar exteriorice el interior... hueco. Nunca distinguir si hay un agujero negro frente a sí, la oscuridad alrededor o una alcantarilla bajo los pies. “Cuidado con las ratas”, se dice. Todas asquean, incluso las de cuatro patas.
Se siente y se sienta en una cueva. Apesta. La nariz empieza a estorbar, funciona demasiado bien y esa es la irregularidad. Es mutilada con saña, ya no asusta exponer las entrañas. Quizá nadie ve; en verdad, nadie ve. Cree ser habitante de un mundo de sombras, obvia que otrora creó, también, sin ver.
Cinco agujeros en el rostro y el horror de concebir la cama como urna de lo bien que vivifica su cadáver. Pugnan los dedos de la mano siniestra por el anillo del rostro que mejor les luce: el índice y el meñique en los ojos vaciados; el corazón y el anular en la nariz cercenada, y el pulgar en la boca, aún intacta. Inconscientemente un símbolo es invocado: los cuernos del diablo. ¿Existe? No sabe... si aloja el infierno o si el infierno le aloja.
Algo llama. ¿Llamas? Rabia por arrancarse la piel antes de que el fuego lo haga. A gritos tapados los oídos, reventados los tímpanos y las cuerdas vocales, sangra.
Queda la boca, todavía. El martirio. No paz, si... lencio; mas, aun sin voz, está prohibido.





Si es cuestión de sincerarnos,
ya perdí la cuenta de los poemas que llevan tu nombre
o a los que tu nombre lleva;
—me encantan tus labios rosas viendo las estrellas—
sin ti o contigo el silencio no es escape
ni tampoco una guarida,
—qué decir de tus ojos marrones
desarmando mis heridas—
y el desvelo siempre vela un muerto
que estrena nuestros rostros
en cada pesadilla.
—por tus manos inquietas y hacendosas,
la vida—
Si es cuestión de hablar de más,
me doblegan tus ausencias,
—y tu esencia
reinaugura mi existencia—
me rasgan tu humor afilado
y tu nostalgia incesante,
—tus pies descalzos aferrados a la tierra—
y no veas cómo parte
el fervor con que te anclas a la nada...
—la voz con la que a mi nombre
le reanimas los fonemas—
Si es cuestión de hablar de menos,
me bastarían dos vocablos,
—el punto de quiebre de mis desvaríos—
cinco sonidos precisos
u ocho con uno doblado.
—tus carcajadas renovando mis sentidos—
Pero si es cuestión de mentirnos,
sin piedad y con resabios,
—un parpadeo,
el boleto a cada uno de tus mundos—
eres pobre argumento
de mi alegría o de mi llanto.
—...—
El vacío de una obra sin aplausos.






Un tren se avecina raudo a la estación. 09:11:54. Tras la franja amarilla Nadia revisa un texto en su móvil, Jessie se distrae con las pulseras coloridas que adornan su muñeca.
— ¡Mami, quiero una! ¡Quiero una!
La chica, conmovida, se la regala. Total, tiene varias.
Paul sonríe ante el gesto. Cabecea y tamborilea los dedos a la altura de los bolsillos del pantalón al ritmo de alguna melodía filtrada en sus audífonos. Le contagia su buena vibra a Rita, a quien le da por cantar. Juntos envían señales al radar de Berta y Eugenia:
— ¿Has visto cómo acompasan esos dos?
Víctor niega con la cabeza en dirección al par; no de jóvenes, sino de ancianas. Le han recordado alguna ocurrencia de su abuela. Viste corbata con camiseta.
Mauro le echa buen ojo a él y a su atuendo y se espanta, le parece que atenta contra su “sentido del glamour”. Aún así le comenta a Lina:
— Me lo como completito... ¡Pero sin el envoltorio!
Su amiga, en cambio, está sin estar. Mantiene los ojos abiertos en el limbo. Desde el otro lado Jesús la vigila. No Cristo, sino el niño que desde el lado contrario del andén le hace muecas para traerla de vuelta a la estación. 09:12:28.
Delante de la franja amarilla Luis otea el interior del túnel y zapatea impaciente con un pie. Le transmite su desespero a Mildred, quien se fija en su reloj pulsera con insistencia, aunque no en su hija Sofía que se cree modelo o equilibrista sobre la línea pintada con ñemas de huevos sobre el suelo. Todavía piensa en el desayuno y en que le habría gustado comerlos.
David, disminuido en su rincón, la señala en la distancia; pero a él nadie lo ve.
Ahora muchos dirigen la vista hacia el mismo sitio que lo hacía Luis y otros, hacia arriba, al vacío. Intentan captar el mensaje que sale de los parlantes, tal si les funcionase a medias el sentido del oído.
Los altavoces tosen y carraspean o quizá, quien habla a través de ellos.
—Ssse les cof-cof... cuerda a losss ssh... suarios mantener... coff trasss... ffff... anja... illa. El trrr...n cof-q-cof ssstá ingres... do ssss... ción —09:12:57— no presss cof... rá ssssr... vicio co-coff-mercial cof —dos segundos de estática o una respiración profunda—. Favor aguardar tras...
Silencio. Escrito con “s” de shock.
El tren sigue sin prestar servicio comercial, sin embargo, no contemos el final.
Puede que alguno no sufra nada más de incapacidad auditiva, sino también de mudez.
Luis mira en la dirección en que lo hacen todos.
Jesús se adueña de la expresión de Lina, le ha robado el limbo o ella lo ha abandonado. Tal vez a él su tocayo sí lo vigila.
Mauro permanece espantado, el sinsentido (no precisamente del glamour) atenta contra él.
Víctor se ha olvidado de su abuela y las ancianas, quienes a su vez han olvidado a los  dos que iban más al compás que a la par.
— ¡Mami, mami, mami! —Jessie solo llora y grita.
Nadia se ha quedado sin móvil que revisar.
Mildred, con desespero nacido no de afuera, sino de adentro, se fija... Se fija en que no está su hija.
Sofía saborea sus dos huevitos fritos de un lado, ha logrado que le sirvan el desayuno en la estación. 09:13:02.
David, desde su hueco donde a todos mira, todavía la ve caminar sobre la franja amarilla.




Fotografía de Jenna Martin

Fue el mar,
lo tengo claro.
No el oleaje de tu verbo en mi garganta
ni la arena de tu tacto
resecándome la piel.
Fue el mar,
te tengo dicho.
No ese desvarío
de olfatear
tus besos
y saborear
tu voz.
Arriba,
en el cielo destemplado,
dos aves sobrevuelan
en doble y mutua negación;
un “no nos olvidemos nunca”
se convierte en bruma,
la promesa encalla en el adiós.
Y tus labios...
cerrados para mí a salicanto.
Y tus ojos...
dos veleros atracados lejos
de esta orilla en que no soy.
Fue el mar
y yo fui espuma,
un burbujeo pronto
que ya mermó.
Fue el mar
y esta manía
de confundir la sal
con la saliva y el sudor.
Fue el mar...
o no.





Caricatura de Rayma Suprani

De más está decir que acá se sobrevive al borde del ahogo o la asfixia en una “patria” sin constitución (no por inexistencia, sino por falta de uso), “amparada” por un gobierno de idéntica consistencia a la de un castillo de naipes sobre el que parece nunca querer soplar el aire, cuyos dirigentes tal puñado de ilusionistas se salvaguardan tras una cortina de humo y, sin tanto arte pero sí con mucho truco, solo pueden jactarse de haber sabido conducir magistralmente a un país hacia la ruina.
Ahora somos el resultado de haber tenido la conciencia prestada o hipotecada cuando nos tocó usarla. La bandera, otro símbolo, cuelga de cabeza y en su tercera franja se desangran no solo quienes hicieron un viaje sin vuelta para enderezarla, sino quienes aun padecemos por su causa.
Pronto, si es que ya no lo está, se teñirá completa del rojo socialista y revolucionario que nos han vendido (lea bien, vendido, no regalado) como una promesa de cambio, y que como toda promesa hay todavía quien falla en darse cuenta de que no es más que una cáscara vacía, la cual insiste en comprar pese a lo carísima y jodida que nos tienen la supuesta calidad de vida. Ese que aun lleva los ojos en el rostro a manera de adorno o solo para omitir su ceguera. No sé si me da más vergüenza o pena.
El militar no depondrá su arma, mientras sus órdenes sean “dispara” cualquiera le parecerá un buen blanco en el que atinar. Ojalá algún día deje de cumplirlas.
Al gobierno, no se cansa de demostrarlo, le da lo mismo un territorio con o sin ciudadanos (lea bien otra vez: ciudadanos; no ladrones ni saqueadores ni vividores ni colectivos ni malandros con los cuales, gracias a su naturaleza criminal, sí se conduele).
A los ciudadanos nada les es indiferente y la mayoría, que siempre tiene más peso, rechaza por todos los medios al régimen imperante y no le queda más que convertirse en el golpe de viento que destruya ese castillo de naipes que juega con el destino de millones de venezolanos; que estamos más que hartos de vivir con el escepticismo por las nubes al mirar el piso y con la esperanza rondando el suelo cada vez que miramos hacia el cielo exclamando: ¡¿hasta cuándo esto?!



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