Causalidad

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Fotografía de Amandine van Ray

Las casualidades no existen. Mientras lo compruebo puedes creer en el azar o el destino. Sin embargo, solo somos parte de una red en la cual se entrecruzan a diestro y siniestro causa y efecto. A Joe le entretenía manipular a mayor o menor escala las hebras de esa red, sentirse de algún modo hacedor de sus consecuencias. Para Esther, no era propiamente lo contrario, mas digamos que prefería esperar a ver lo que le deparaban las estrellas. Un sábado ajetreado, con la oscuridad cerniendo sus garras sobre la ciudad, sus pies la condujeron a cierto antro, o eso le gustó pensar. Joe, por su lado, con maña aprendida de titiritero, ya se encontraba en el lugar...
— ¡Y así estamos: cagándola y dejando que nos caguen! —Bebió hasta el fondo y depositó el vaso sobre la barra con un fuerte y tosco sonido, para luego abstraerse en elucubraciones atravesando con la vista el moldeado y cilíndrico cristal.
—Si te imaginas al mundo como un gran excusado, no puedes más que toparte con mierda a tu paso —escuchó de quien justo tomaba asiento a su lado. Miró de soslayo, la estudió con toda la discreción y disimulo de los que te permiten hacer uso las mujeres atractivas, detallando de arriba abajo, ida y vuelta, su figura.
—Es muy fácil decirlo desde unos lombardi  —objetó y, para aliviar el nudo que se le hizo en la garganta o para enmascarar que su manzana de Adán se movía porque debía tragar saliva antes de babearse la camisa, se llevó nuevamente el vaso a los labios pasando por alto que estaba vacío. Algo ofuscado, un simple gesto bastó para que el bartender le sirviera otro trago.
—Loubutin —escuchó acompañado de una lacónica risa.
— ¿Qué?
—Si te refieres a la marca de zapatos, es lou-bu-tin.
—Me vale cómo se pronuncie...
—Para tu información, acá no la importan. Y nada que ver conmigo, por cierto.
— ¿Quién sabe? Las prendas hablan por su dueño. –Esta vez le pasó re-vista insolente.
—No me digas, cliché andante. ¿Te suena aquello de que todos los hombres son imbéciles? Contigo al lado, empiezo a tomármelo en serio.
Antes de mostrarse ofendido prefirió darle la vuelta a su argumento:
—En la mayoría de los casos, cuando una mujer generaliza con el sexo masculino, con seguridad, y a menos que haya tenido la fortuna o desventura de recibir de piernas abiertas al mundo, solo se está refiriendo a los pobres desgraciados (no se sabe si por naturaleza propia de ellos mismos o por obra de ellas) con los que se ha cruzado... Tú no pareces haberte cruzado con muchos. A ver: me apuesto el siguiente trago a que tres o cuatro cuando más y sin excluir a tu padre y tu hermano del conjunto. Así que en la vida solo te has involucrado con dos… ¡y con suerte! Mal que te pese que ambos te hayan resultado igual de... ¿imbéciles?
—Reafirmo lo dicho. A propósito, me debes un trago: soy hija única, tarado.
— ¡Así que solo uno! ¿En serio? —Rió cínico sin ápice de comedimiento—. No sé si sentirme halagado de que hayas visto un reflejo de todos los hombres del mundo en mí o reírme de que tu entorno masculino sea tan reducido como para empezar y acabar conmigo.
— ¿Es así cómo evitas que el número de “citas” de a quien conquistas no superen las tuyas? —Tras hacer una mueca despectiva, replica ligeramente afectada—: La verdad, no sé en qué cabeza cabría compararte con el resto.
— ¿Es eso un cumplido?
Por primera vez Esther le devuelve la mirada, presuntuosa, aguijoneándolo satisfecha con sus pupilas. De pronto, se encienden las luces del local. La suerte de música ochentosa que lo ambienta es interrumpida al tiempo por un estallido. Tres sujetos armados se abren paso sin dificultad entre la multitud mientras escupen órdenes a diestro y siniestro: “¡manos arriba!”, “¡todos abajo!”, “¡desháganse de sus pertenencias!”, “¡a la menor vacilación les volamos la cabeza!”. Una oleada de terror, gritos y pasos desesperados arrasa al establecimiento. El ruido de un par de detonaciones es suficiente para someter a la mayoría de la concurrencia. Ella, imperturbable desde la barra, se dirige tal si nada al mozo:
—Un Martini para mí y lo que guste para usted, invita el charlatán de aquí. —A lo que el empleado rechazara cortésmente el convite alegando que no le estaba permitido beber durante el turno, añade: —Pues cóbreselo como importe adicional en la propina.
—Es un muy lindo gesto de tu parte malgastar a tu antojo mi dinero. —Protesta un Joe sonreído y su diversión es entorpecida por una orden que rechaza al momento de oírla:
— ¡He dicho “al suelo”, par de tórtolos!
—Ahora no, estamos muy ocupados por aquí —tras decirlo retoma o continúa el diálogo con la mujer haciendo gala de una tranquilidad pasmosa—. ¿Sabías que el que llevas es mi color favorito?
— ¡Oh! No me diga que no tiene espacio para un asalto en su agenda... —replica el delincuente—  ¡Eeh, Sybil: el presidente de Imbéciles y Compañía se cree que para los atracos hay que pedir cita!
— ¡Idiota! ¡No uses nuestros nombres de pila! —Lo reprende alguno de sus compañeros de crimen.
“Principiantes...” Determinaría un par al unísono, entretanto el local parecía transformarse en el escenario de dos tramas entremezcladas y desarrolladas en paralelo.
—Seguro que “tu color favorito” encierra una gama muy variada que se adapta al atuendo de la chica de turno —azuza Esther...
— ¿Se han fijado en que voy armado? —Intenta llamar la atención el malhechor.
—No sé quién caería con eso. —Agrega Esther subiendo las cejas y sonriendo descarada. Su observación busca alcanzar dos objetivos con una bala.
Al bandido le basta con un “¡ya les muestro!” para anunciar que en breve desencadenará un brote de violencia a la vez que Joe, pillado desprevenido en su propio truco, rebate el argumento de Esther lanzando por lo bajo:
—Te sorprendería el número. —A lo que ella, enlazándolo con algún punto inicial de la conversación, contraataca pícara con un:
—Lo mismo digo.
Sin bajar la guardia en su ensayado ritual de galanteo, Joe le obsequia un guiño que dura más de lo acostumbrado al percibir el aliento de una ráfaga de balas demasiado cerca de su ojo derecho. Ni tiempo tiene de dedicarle su desdén y desaprobación al emisor cuando lo ve acosar a la mujer en la barra y manosearla tal si escogiera una verdura en el supermercado. El siguiente comentario del individuo le aclararía que aunque no hubiera acertado la especie, aquel si la estaba viendo como alguna clase de alimento.
 — ¡Uff! ¡Puro lomito y punta trasera! Y yo con ganas de comer... ¡Grrr! —Bramó cual primate en celo—.  ¡Eh, jefe, ¿no podemos dejar el trabajo para después?!
— ¡Más hambre pasarás tras rejas donde nos caiga la poli, inútil!
—Aparta tu mano de cuarta de esas carnes de primera —intervino Joe, provocando que el hombre se sintiera ofendido no por el descenso de categoría, sino por la alusión despectiva al dedo faltante en su extremidad izquierda. Ignoró que también había logrado ofender a Esther, quien aprovechó el breve desconcierto de su captor para asestarle un rodillazo en las ingles y, ya libre de su acoso, lanzarle unas palabras a Joe a modo de desquite.
— ¿Sabes? Tu visión es contagiosa.
— ¿Sí?
—Te veo y no tengo que recurrir a la imaginación para sentir un impulso irreprimible de tirar de la cadena del retrete.
Al terminar la frase subió ambas cejas, relamiéndose. Volvió a su Martini y, consciente de ser vista, jugueteó con la aceituna entre sus labios antes de devorarla con los dientes. La imagen aturdió por segunda vez al delincuente, que ya se encontraba consternado por el dolor en su entrepierna; pero mayor conmoción hubo de causar en Joe, quien no dudó ni tardó en trasladar el cuadro a un contexto más obsceno, en el cual encontraba una manera placentera de compensarse por las palabras recién oídas. Tras segundos de deleite, señaló:
—Yo, al contrario, me lo pensaría dos veces. Sé que jamás podría plasmar en la porcelana unas heces tan bonitas como las que tengo enfrente. Es más, no me importaría en lo absoluto dañar mis zapatos si me tropiezo contigo.
—Espero que eso no sea un halago, porque es de lo peor que he oído.
—Pues vamos casi empatados porque no recuerdo haberle permitido nunca a mujer alguna insultarme tal cual lo has hecho y salir ilesa de ello —sus ojos la atravesaban con resentimiento mal curado.
— ¿En serio te dejaste atacar por una chica estando armado? —El comentario, proveniente de algún otro integrante de la banda, iba dirigido al atracador pero igual podría estarlo para Joe. En vano intentó defenderse el aludido:
—Eh... ehh...
—Suenas un tanto... dolido —esta vez se dirigía Esther a Joe, aunque de igual modo podría apuntar al balbuceante atracador—. ¿Debería mostrar arrepentimiento?
— ¡Bah! ¡Ya me encargo yo de esos dos! —Exclamó al límite del hartazgo otro de los novatos asaltantes.
Joe chasqueó la lengua en tono negativo, un gesto que podría significar una réplica o advertencia tanto para el malhechor que se acercaba como para Esther, antes de añadir:
—Deberías tenerme miedo.
Una sonrisa socarrona cruzó su rostro, dio un paso hacia la mujer que no vaciló ante su avance. El más osado aspirante a maleante les dio alcance e intentó separarles, pero se vio obligado a frenar en seco ante un trompazo disparado por sorpresa por el puño de Joe. Para mayor irritación del individuo, Esther, cómplice, quebró la copa del Martini sobre su cabeza luego de terminarse ceremoniosa el contenido. Con todo, lo que más lo enfureció fue escucharlos decir al unísono:
— ¡Idiota!
No tardó en comportarse como tal. En un alarde exagerado e innecesario de fuerza bruta se abalanzó sobre una mesa cercana y la lanzó hacia el lado opuesto de la estancia. Se escucharon gritos entre la concurrencia y más de uno se desvivió por poner su anatomía a resguardo de la trayectoria errática del mueble. A punto estaba de repetir su temeraria acción cuando...
— ¡¡NI TE ATREVAS!! ¡O te romperé la crisma con ella! ¡¿Tienes idea de cuántas semanas de paga, incluidas tus propinas, cuesta?! ¿¡QUÉ PITO! toca este gentío aquí si se supone que hoy ¡NO A-BRI-MOS AL PÚ-BLI-CO!? ¡Brando! ¡BRAAAANDO!! ¡¿No oyes que te estoy llamando?! ¡¿Dónde estás, cretino?! ¡VEN Y DAME LA PUTA CARA PARA ROMPÉRTELA A PATADAS! ¿Para esto te dejo encargado del local? ¡LAAAAAAAAARGO!! ¡¡Todos fueeera!!! ¡DE-SA-LO-JEN! ¡Joe! ¡Sybil! ¡¡Quiero esto en orden antes de que pueda firmarle a cada uno y al incapaz de Brando una carta de despido!! ¡¡Y MÁS LES VALE QUE ESAS BOTELLAS NO SEAN DE MI BODEGA!!! 
—Eh... ehh... ¿jefe? Es solo, je-je, una... drama-tización. En lo que...
— ¡¡ME IMPORTA UN REVERENDÍSIMO CARAJO!!! ¡Dan menos problemas las piedras en las pelotas!! ¡MUÉVANSE, MIERDA! ¡BRAANDOOO! ¡MALDITO SEAS, MUCHACHO! ¡Esta sí que no te la paso!!
A regañadientes la mayoría acató sus órdenes, el resto se debatía entre marcharse sin más o continuar con las instrucciones de un previo y estructurado plan. Joe siguió los pasos de Esther junto al primer grupo para interceptarla una vez afuera.
—Tus amigos son muy malos actores —apostilló ella con cierta suspicacia antes de que él tuviera oportunidad de emitir palabra, hallándose inmersa en una extraña telaraña cuyos hilos no había logrado ver.
—Yo diría que tus actores son muy buenos amigos —resaltó Joe tentando al destino, dudando, una novedad para él en esa noche, de los efectos de sus actos.
A esas alturas ambos ignoraban hasta qué punto cada cual había sido parte actora o manipulada, y aunque tenían la certeza de que ambos habían recurrido a su tiempo a Brando, también sabían de sobra que aquel no iba a aclararles nada. Joe, esperanzado, jugó su última carta:
— ¿Salimos?
—Ya estamos fuera... —Esther entendía en calidad de qué hacía la pregunta, pero quería tejer por su cuenta el final.
Joe se sonrojó apenado. Era como si de repente hubiera perdido el dominio de las riendas y ya no supiese a dónde iría a parar.
Esther se le aproximó resuelta, disminuyendo vertiginosamente la distancia entre ellos; fingió juguetear con su chaqueta y susurró retándolo con la vista:
—Debería tenerte miedo, ¿no? —El hombre sonrió tímido y luchó contra su azoramiento rascándose torpe la nuca—. Necesitas mejorar tus técnicas de seducción —añadió como frase de despedida.
Joe la vio alejarse confundido y por hacer algo, más que por otra cosa, se ajustó las solapas de la chaqueta. Extrañado, se palpó el bolsillo delantero, lo revisó y río sin comedimiento para luego gritar a espaldas de Esther:
— ¡Y tú tus maneras de decir adiós!
Entusiasmado y mudado de sí mismo ante el asombro regresó al local, tropezó con Brando en el portal:
— Dime que por lo menos ha valido el “numerito”... No sabes lo que va a costar calmar al boss.
—De más. ¡Ya tengo el suyo!
Joe le muestra triunfante la tarjetica recién sacada del bolsillo de su chaqueta. El nombre de Esther y su teléfono están en ella.



—Hasta siempre, Aldo. ¿Nos vemos en el espejo?
—Estaré justo en tu reflejo.





4 comentarios:

  1. Lo dicho... La línea entre ficción y realidad es muy final... Tanto que al final pueden coincidir, y sino que se lo digan a nuestro Joe.
    Un relato muy ameno, Fritzy. Consigues entremezclar las tramas (el atraco y el ligoteo) en ese diálogo a tres bandas, con una técnica impecable para sorprendernos con ese giro fílmico y "dramático" que nos hace pensar en un plató de cine donde el director grita "¡Corteeeen1 ¡Esta toma es una mierda!" Y nos cambia de plano con una facilidad pasmosa, sumergiéndonos en otra realidad, más cotidiana donde, esta vez sí, el final es más satisfactorio para nuestros protagonistas, ja, ja
    Me ha encantado compañera. Un relato que se lee embelesado, enredado en esa prosa intensa que tú tienes y en esas frases cruzadas como balas en una reyerta o rayos láser en un bar de copas.
    ¿"Piedras en las pelotas"?... Me lo imagino y me duele, ja, ja
    Un fuerte abrazo

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    1. Jajaj, espero que nadie haya salido realmente herido en esa reyerta... salvo el jefe y porque no hay remedio. Habrá que preguntarle cómo siguen sus pelotas, aunque al parecer no le causarán tanto dolor como los daños a su local.
      Cierto que esa línea entre realidad y ficción es muy fina, debe ser allí precisamente donde descanse lo divertido (o frustrante) de la cuestión, en no saber dónde empieza y termina la una y la otra. Pero por lo visto, a Joe y Esther le ha traído beneficios.
      ¡Gracias a montones, Isidoro! Es un gusto tenerte por aquí. ¡Besos y un abrazote! ;)

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  2. Me encanta! Aunque estoy tan torpe que he tenido que leerlo tres veces para darle MI propia versión, por eso te dije antes que no te iba a pedir explicaciones. Ahora sí que me cae bien Aldo... cuestión de espejos

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    1. Vas aprendiendo, vas aprendiendo, jaja. Muchísimas gracias, Javier. La versión propia es la mejor y si no, al menos es con la que elijo (o recomiendo) quedarme(se). Ehm, que te caiga bien Aldo ahora que ves de otra forma su reflejo...

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